martes, 5 de febrero de 2013

Acusan a Ovalle de ser partícipe del secuestro de Silvia Aramayo


 La testigo Nora Aramayo acusó a Juan Manuel Ovalle de ser partícipe del secuestro de su hermana, la docente Silvia Aramayo, de apenas 23 años, que fue sacada de su casa en la madrugada del 24 de septiembre de 1976 y desaparecida desde entonces.
Nora sostuvo ayer que Ovalle “fue puesto en la Universidad (Nacional de Salta, donde conoció a Silvia) justamente para hacer eso, para controlar a los estudiantes. Eso lo sabían todo, que era un infiltrado”. Reiteró que Ovalle visitaba frecuentemente a su hermana, “en calidad de novio” y que su madre, Brunilda Rojas, lo reconoció como uno de los secuestradores. También el testigo Rubén Darío Mayta, militante de la JP; aseguró que Ovalle era una espía, y que integraba la Juventud Sindical, agrupación de derecha que se oponía al gobierno de Miguel Ragone.
Ovalle es uno de los 17 acusados por delitos de lesa humanidad que están siendo juzgados por el Tribunal Oral en lo Federal de Salta.  Es el primer civil juzgado en la provincia por violaciones a los derechos humanos.
Nora memoró que la madrugada del 24 de septiembre de 1976 cuatro o cinco hombres armados, con pelucas y anteojos, y de civil, golpearon la puerta de la casa de su casa diciendo que eran de Gendarmería Nacional. Por la manera en que se comportaron, parecían conocer la vivienda y a sus habitantes: “Mi mamá se acercó a la puerta, evidentemente sabían cómo se abría porque le pegaron un manotazo y entraron”, relató. Mientras unos amenazaban a su madre y a su hermano, dos hombres fueron directo al dormitorio que compartían las hermanas, arrancaron de su cama a Silvia, y se la llevaron en camisón (“de plush rosa”), sin siquiera darle tiempo a calzarse.
Nora narró lo que vió y lo que le dijo su madre, quien buscó por años a su hija y está ahora imposibilitada de declarar, por razones de salud.
Por lo que contó, la irrupción y el secuestro no les dio tiempo a reaccionar: “Fue una cosa de segundos. Fue como un viento que abrió las puertas y se volvieron a cerrar”. Igual, su madre alcanzó a ver el automóvil en el que se llevaron a Silvia: un Ford Falcon “grande, sin patente” que rato después vio estacionado frente a la Central de Policía, cuando fueron a pedir al jefe, el represor Joaquín Guil, que investigara el secuestro de la docente.
La reunión con Guil, que también está acusado por la desaparición de Silvia, se produjo a eso de las 5 de la mañana, en la Jefatura. También estuvo Vicente Abel Murúa (imputado, ya fallecido). “¿Cómo a mí ni a usted nos pasan estas cosas?”,  recordó Nora que la interrogó Guil cuando le planteó que habían ido a denunciar el secuestro de su hermana. Luego les dijo que les avisaría si se enteraba de algo, y las mandó de regreso sin tomar la denuncia por escrito.
Como otros testigos, Nora memoró que su hermana era docente en la Universidad Nacional de Salta, donde militaba en política, y donde había conocido a Ovalle, que la visitaba “en calidad de novio”. En la familia sabían que era medio hermano de Murúa. Silvia era consciente de que estaba señalada por su actividad política, porque su casa había sido allanada. Pero parecía no tener miedo: solía decir, recordó Nora, que a ella no le iba a pasar nada. Y Nora le respondía que se debía a que era novia de un policía.
El día del secuestro Nora salió a buscar a Ovalle para pedirle, de parte de su madre, que averiguara el paradero de Silvia. Él le mandó decir que iría a la noche, para informarle lo que hubiera averiguado, pero “nunca más volvió”.
Nora contó que recién cuando comenzó a hacer las denuncias formales su madre reveló que había reconocido a Ovalle entre los secuestradores.

“Era una mujer extraordinaria”
La poeta Teresa “Cuqui” Leonardi de Herrán sostuvo que la docente Silvia Aramayo era una “mujer realmente extraordinaria. Por su coraje, su militancia, su solidaridad con los más desposeídos”.
Teresa Leonardi fue la primera testigo de la jornada de la víspera en el juicio oral y público que se sigue contra 17 hombres acusados de delitos de lesa humanidad cometidos en la provincia entre enero de 1975 y mediados de 1978.
La poeta contó que conoció a Aramayo en la Universidad Nacional de Salta, a la que ella ingresó, como docente, en 1972 y en 1973 formó parte y adhirió al proyecto universitario del rector Holver Martínez Borelli, de participación y horizontalidad. También Aramayo participaba de este proyecto, como ayudante en el año básico común, para los mayores de 25 años que no habían terminado el secundario y querían ingresar a la Universidad.
Leonardi sostuvo que en ese marco “lo único que podía hacer era admirar a esta joven”, por su trabajo con los cursos de nivelación y en los barrios.

Persecución desde 1974

El testigo Rubén Darío Mayta sostuvo ayer que la persecución a los militantes de la izquierda comenzó el 1º de mayo de 1974, cuando Domingo Perón echó de Plaza de Mayo a los jóvenes de Montoneros.
“La persecución siempre estuvo, (pero) a partir de los actos del 1º de mayo de 1974 fue ya tremenda la persecución que sufríamos del aparato represivo”, afirmó. Dijo que en esa situación pasaron a la clandestinidad.
Mayta militaba en la Juventud Peronista, donde conoció a Víctor Brizzi, Néstor Oliva, Francisco Corbalán, Carlos Urrutia, Enrique Cobos, Eduardo González y Nora (de) González. En este proceso se investiga el destino de Brizzi, desaparecido el 8 de marzo de 1976 cuando cumplía el servicio militar. También están desaparecidos Oliva (cuando cumplía el servicio militar), Corbalán, Urrutia y González.

Otro testimonio de la militancia de Gamboa

La ex jueza laboral Gloria Martearena ratificó ayer que Héctor Domingo Gamboa era parte de la organización Montoneros. Contó que fue ella quien lo presentó en la Juventud Peronista de Salta.
Martearena recordó que su amiga Mirta López, militante peronista “que estaba en la pesada”, a quien conocía de la Universidad en Tucumán, le pidió que presentara a Gamboa en la JP salteña.
Gamboa tenía una zapatería en la calle Mitre, negocio que compartía con el marido de Martearena, José Justo “Pepe” Suárez, y con un hombre de apellido Paredes. Según recordó la ex jueza y es defensora de detenidos políticos, en ese negocio se había construido una especie de armario cerrado (lo que en la jerga de las organizaciones se conocía como “canuto”) en el que guardaron papeles, libros y fotografías que los represores podrían haber considerado subversivo.
Gamboa fue secuestrado el 25 de septiembre de 1976 junto a su esposa, Gemma Fernández Arcieri de Gamboa, de su casa en el barrio Santa Lucía. Esa misma madrugada fue secuestrado otro militante, Daniel Loto Zurita, que trabajaba en la zapatería. Los tres están desaparecidos.
En diciembre pasado Reneé Ahualli, militante montonera, declaró que en 1972, como militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), se enteró de que Gamboa también integraba esta fuerza, luego fusionada con Montoneros.
Contó que Gamboa era santiagueño, estudiaba en Tucumán y le había sido encomendada la organización en Salta. 

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